En La nostalgia del melómano, novela del escritor colombiano Juan Carlos Garay, el narrador logra expresar fácil y claramente lo que sucede cuando una canción llega a su fin, y lo que es una colección de discos amontonada. El narrador, cuyo nombre no recuerdo ahora, afirma que tener música es tener nada; si tú tienes un disco y quieres escuchar una canción que hace rato no escuchas, y llegas a tu casa, prendes el equipo, el stereo, el tornamesa, la grabadora, el microcomponente –que no es ni tan micro ni tan componente-, tomas el disco en tus manos, levantas la tapa o el estuche –si es vinilo-, lo pones en la bandeja y escuchas la canción, vuelves a quedar incompleto –por no decir solo. Esta es la nostalgia del melómano: descubrir que tienes una colección de objetos inanimados (CDs, vinilos, cassettes) y que luego de escuchar una canción que te trae algún recuerdo, cuando se acaba, tienes dos posibilidades, bien sea, a. escucharla de nuevo, o b. recordar solo. Obviamente, ambas posibilidades llevan a lo mismo.
Qué bueno sería, por ejemplo, escuchar la misma canción durante 10000 Days (Tool). O 19 días y 500 noches (Joaquín Sabina). O por los menos durante 1000 horas (Los abuelos de la nada), o Three days (Jane’s Addiction). O qué bueno sería escuchar una canción a las 10:15 Saturday night (The Cure). O tal vez escucharla 25 horas al día, vida mía (Proyecto 1). O saber que esa canción va a durar más de 25 minutes (Johnny Cash). Tan solo escucharla por 5 days alone (Pantera). O quizás por 13 minutes (A perfect circle). O 5 minutos (RBD). O 4 minutes (Madonna). O 52 seconds (Bad religión). O por lo menos Seven seconds (Youssou N’dour). O solo Seconds (U2). O que estará junto a ti por un buen Tiempo (Jovannoti - Jarabe de Palo).
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