martes, 5 de abril de 2011

A song for the lovers - Richard Ashcroft

Fue Ferdinan de Saussure el que se inventó esa vaina del significado y el significante. Algo así como que si alguien me dice “árbol”, yo inmediatamente representaré una imagen de un árbol en mi cerebro -en este caso sería el “happy tree”, que queda frente a mi casa-. Después de este señor vinieron muchos más con ideas locas sobre representaciones mentales y símbolos y signos y no sé qué más. Vino Umberco Eco y una novela llena de imágenes, vino Barthes con un libro completo sobre imaginarios y demás, llegó Derridá, Bachelard, Bahktin, Kristeva y otro combo de locos y locas a explicarnos lo que las ciencias sociales y la humanística ahora llaman Semiótica. Suena como si alguno de ellos se hubiera miado a goticas en los pantalones.

Pero ahí no queda todo. Después les dio por decir que existe un símbolo arbitrario; o sea que algo puede ser, pero que no es. El mismo árbol mencionado arriba puede no ser un árbol sino un puente, una canoa, un derrumbe. Sí, lo sé; es confuso y complicado.

Cuando conocí sobre este tema, me interesé en conocer más, en descubrir la razón detrás de cada símbolo, de cada signo, de los signos que nos rodean, de los signos que nos inventamos por distintas razones: hacerle “rosca” a un amigo desde la ventana del bus, “picarle” el ojo a la nena de atrás, levantar el dedo pulgar de la mano derecha, levantar el dedo corazón al conductor de la misma buseta de la cual le habíamos “hecho rosca” al amigo que se quedó haciendo lo mismo desde el andén.

Todos estos signos, más otros tantos miles que nos definen, nos delimitan o nos impulsan como en este caso. Bueno, todo esto para decirte que entiendo tus señas, que sé que cuando apagas los ojos lentamente y los abres rápidamente, me estás diciendo que te llame; sé que cuando haces dos puntos + P mayúscula en el chat de Facebook (:P), me estás sacando la lengua porque quieres un beso; que si tropiezas conmigo en las escaleras y me dices que casi te tumbo, que me vas a demandar y que te duele el tobillo, lo que esperas es que realmente te alce y te pida disculpas mientras beso tu tobillo intacto; que cuando estás con ese man que aún no sé si es tu novio o no y no me miras en lo absoluto, sé que quieres que te rescate, llame un taxi y nos larguemos de este manicomio de una vez por todas.

Crimen - Gustavo Cerati

Cuando Tom Yorke decidió grabar un disco en solitario (The Eraser), lo único que tenía en mente era pensar más en sí mismo, en sus necesidades, en sus preferencias; y a pesar de extrañar a sus compañeros que tenían radios por cabezas, él siguió con su proyecto. Algo muy sincero, muy propio. Sin guitarras distorsionadas, sin pedales escandalosos, sin sintetizadores discordantes. Sólo él y su piano. Y por supuesto, su cabeza sin un radio cerca.


Cuando Eddie Vedder fue impulsado a escribir las letras para la última película de Sean Penn (Into the Wild), él ya sabía lo que tenía que decir, lo que iba a decir. Lo tenía allí desde tiempo atrás cuando sus demás compañeros del Ten Group no le prestaban suficiente atención. Así que Ed sacó su guitarra, su ukele y escribió lo que hubiera escrito Christopher McCandless el día que decidió abandonar todo para adentrarse en el bosque. Por supuesto, Eddie también necesitaba internarse en el bosque, sin guitarras fuertes o bajos lo suficientemente rítmicos.

Cuando Brandon Flowers se alejó de los demás asesinos –tal vez por ser mala compañía- sabía que tenía que pensar en algo distinto. Algo que lo exonerara de tantas muertes que había causado con su pandilla de killers; por eso pensó en un trabajo donde pudiera contar historias otra vez. Nombrar a Valentina; hablar de los jóvenes y de fuegos cruzados (Flamingo).


Hoy el Señor Kú –también conocido como Q- está tranquilo. Si supiera tocar la guitarra, lo haría, y cantaría sobre sí mismo (Walt Whitman) o contaría un cuento sin moraleja o hablaría de ella. Al terminar, sé que sonreiría y daría las gracias por la alegría de ser más honesto consigo mismo.