El título de la entrada de hoy fue toda una discusión personal. No sabía si titularlo Nothing else matters (Metallica), Nothing as it seems (Pearl Jam), Nothing’s gonna change my love for you (Glenn Mederios), entre otras canciones con la palabra nothing ahí. La razón es muy sencilla: nothingness, o en español, nadedad. Sé que la palabra no existe, no se preocupen.
Esta palabra inventada -y hasta rara- me lo topé por primera vez cuando leí un texto del escritor norteamericano Paul Auster, lo que representó más adelante una afición compulsiva a leer su obra, a devorarla, a comprarla para después dejarla comiendo polvo. El primer texto, con el que empezó esto que empiezo se llama The book of illusions, para luego seguir con New York Trilogy, Brooklyn Follies, The invention of solitude, The music of chance, Leviathan, Oracle Night, Travels in the Scriptorium, Timbuktú, y no más; pero lo que siempre me llamó la atención de todas estas obras es, más que la historia en sí, la primera línea de cada texto. En The book of illusions, por ejemplo, el narrador empieza diciendo “Everyone thought he was dead”; en The music of chance, el narrador abre su obra con “For one whole year he did nothing but drive, traveling back and forth across America as he…” , lo que me llevó a investigar un poco más sobre su obra y ahí fue cuando encontré la palabra nothingness.
Al parecer todos los personajes de sus libros, al igual que todas las personas estamos en un momento en que somos, sencillamente, “nada” y nos encontramos en un “no-lugar”. Parece confuso, pero es mucho más sencillo si nos imaginamos en un aeropuerto, o en una parada de bus: somos itinerantes, permanecemos escasamente unos pocos minutos en un lugar que no existe más sino para transitar; nadie se fija en nosotros, nadie se preocupa por nosotros, a nadie le interesa si el avión o el bus se te pasa, si se te pega chicle en el zapato, si llevas suficiente dinero, si estás bien o mal vestido, si tienes la última edición de iPhone o de Chifone, si repetiste las medias de ayer…nada. Tampoco podríamos decir que estamos en un pueblo fantasma, o que somos fantasmas (Ghosts, la segunda novela corta de The New York Trilogy), porque en un pueblo fantasma los fantasmas se conocen entre ellos –tendríamos que preguntarle a Pedro Páramo. Estamos, sencillamente, solos en un “no-lugar” con los oídos tapados o con un libro en la mano, con un computador portátil en nuestras piernas, o con un PSP (si eres estrato 4), o un Tetrix (si eres estrato 2), algo que nos aleja de los demás, algo que Octavio Paz, escritor mexicano, expone en su Laberinto de la soledad así: “Estamos al fin solos. Como todos los hombres. Como ellos, vivimos el mundo de la violencia, de la simulación y del “ninguneo”: el de la soledad cerrada, que si nos defiende nos oprime y que al ocultarnos nos desfigura y mutila. Si nos arrancamos esas máscaras, si nos abrimos, si, en fin, nos afrontamos, empezaremos a vivir y pensar de verdad. Allí, en la soledad abierta, nos espera también la trascendencia: las manos de otros solitarios. Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres”.
Puede sonar desalentador todo esto, hasta deprimente, si se quiere. Obvio. Seré entonces un Nothingman en un no-lugar, acompañado por otros nothingmen o nothingwomen, con mis audífonos puestos cantando Nothing compares to you –la versión de Stereophonics, mientras espero que llegue mi próximo bus para llegar a tu casa y decirte que al final de cuentas no estás tan sola como lo pensaste ayer.