domingo, 26 de diciembre de 2010

El negrette solía llamarme la mamá del trompetista italiano. El mismo que vivía detrás mi casa y quien ensayaba tonadas nuevas todos los martes y jueves en la tarde. Yo no sabía de jazz ni de blues, pero sabía que me gustaba. Procuraba siempre hacer mis tareas en mi habitación los martes en la tarde para poder escuchar los gemidos y lamentos de esa trompeta mientras el italiano emitía gemidos y lamentos de una migraña incansable. Nunca supe cómo llegaron al barrio. Pero me gustaba decir que en mi barrio había una familia de italianos y que el señor tocaba la trompeta. Cuando la nonna se despidió de mi para regresar a su amada Italia, me cogió de los cachetes, me abrazó y musitó algo que no logré entender. La trompeta que me acompañaba todos los martes y jueves dejó de sonar por unas semanas en la ventana de mi habitación. Cierto día no se escuchó el sonido ronco y suave de esa trompeta, sino un golpe seco y lejano. Uno solo. Horas más adelante se escuchó una sirena de una ambulancia y luego llantos y quejidos. Ahora sé que el jazz y el blues lo causaron todo.

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