Ya es hora de hacer la lista de regalos -piensa el señor Kú, quien prefiere ser llamado Q, simplemente. Aún no sabe qué quiere recibir o qué quiere regalar. Siempre ha pensado que dar es Dar y no decirle a nadie si quedarse o escapar; por eso mismo nunca espera nada. Hoy se sienta en su escritorio, extrae una hoja de papel, un lapicero y escribe inteligiblemente. Lo hace por tradición, por el placer de robar una sonrisa. No es mucho lo que tengo para darte, mirá, dijo alguna vez mientras regalaba un vestido y un amor.
Los recuerdos desordenados se despiertan mientras hace esta lista. Un recuerdo de ellos dos en la ciudad, un recuerdo con nombre de mujer que se atraviesa por su cabeza y que rápidamente logra una sonrisa inolvidable que se dibuja en sus labios, en sus ojos. Pero inmediatamente otro recuerdo, de esos juguetones y altaneros, aparece y la sonrisa se desdibuja.
Curiosamente este año no escribe ningún nombre; al contrario, escribe objetos: libros, discos, relojes, vestidos, un brillante sobre el mic, una rueda mágica. Dentro de la lista se alcanza a percibir un objeto reteñido y tachado adrede: zapatos altos negros. Desde que ella se fue esa mañana con esos tacos altos, descubrió que lo que dicen es cierto: regalar zapatos trae consigo la superstición de un adiós, de una despedida.