miércoles, 30 de noviembre de 2011

Contigo - Fito Páez y Joaquín Sabina

Ya es hora de hacer la lista de regalos -piensa el señor Kú, quien prefiere ser llamado Q, simplemente. Aún no sabe qué quiere recibir o qué quiere regalar. Siempre ha pensado que dar es Dar y no decirle a nadie si quedarse o escapar; por eso mismo nunca espera nada. Hoy se sienta en su escritorio, extrae una hoja de papel, un lapicero y escribe inteligiblemente. Lo hace por tradición, por el placer de robar una sonrisa. No es mucho lo que tengo para darte, mirá, dijo alguna vez mientras regalaba un vestido y un amor.
Los recuerdos desordenados se despiertan mientras hace esta lista. Un recuerdo de ellos dos en la ciudad, un recuerdo con nombre de mujer que se atraviesa por su cabeza y que rápidamente logra una sonrisa inolvidable que se dibuja en sus labios, en sus ojos. Pero inmediatamente otro recuerdo, de esos juguetones y altaneros, aparece y la sonrisa se desdibuja.
Curiosamente este año no escribe ningún nombre; al contrario, escribe objetos: libros, discos, relojes, vestidos, un brillante sobre el mic, una rueda mágica. Dentro de la lista se alcanza a percibir un objeto reteñido y tachado adrede: zapatos altos negros. Desde que ella se fue esa mañana con esos tacos altos, descubrió que lo que dicen es cierto: regalar zapatos trae consigo la superstición de un adiós, de una despedida.


domingo, 27 de noviembre de 2011

El error lo cometió 3 veces. No supo leer las señales, sólo siguió adelante. Cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde y el Señor Kú se sintió desolado. Era obvio. Supo que eso pasaba o pasaría luego de cometer el mismo error por segunda vez, por lo tanto la primera vez es perdonable, pero la segunda (?) y ni qué decir de la tercera. Sabía las consecuencias y aún así se aventuró. Su secretaria, por llamarla de alguna manera, le explicó que eso no se hacía porque los resultados sería funestos y tristes, y en efecto así fueron las 3 veces. La excusa siempre fue simple para él -jamás lo leyó en sus libros y en las películas que veía tampoco le decían nada al respecto. Mr. Q tan solo hizo lo que le pareció apropiado -Vaya error!
Esta mañana mientras se ataba sus cordones, recordó su error,